El atractivo de la síntesis está en lograr la sutileza de lo efímero. Y es en este cruce donde la habilidad del escritor muestra sus facetas y la versatilidad para esgrimir con palabras ideas punzantes, disfrazadas de puerilidad.
Los temas pueden
ser todos, los mismos o parecidos; los personajes salir de la realidad o de la
fantasía y hasta intercambiarlos de manera impúdica con cierto desopilante
final, pero lo que no puede faltar es la visión crítica que trama, esa especie
de aguja invisible, que no es tal, puesto que el escritor es de carne y hueso,
pero que, sin embargo, como un iceberg, la mayor parte está oculta y por lo que
aflora se pueden vislumbrar las extensiones escondidas, en ocasiones reflejos en
la transparencia.
Raúl Tamargo, narra
con apariencia de inocente cuentero de café –no me atrevo a decir de fogón,
porque la oscuridad circundante puede hacer que alguno de sus personajes se
aparezca de pronto escapado de sus historias y nos avance sin piedad, amparado
en las sombras- porque hasta cierto punto él pareciera que es piadoso, pero a
medida que leemos y entramos en el desfiladero de sus palabras, sentimos la
ironía, la crítica aciaga y todo lo que, tal vez, fuera de la pluma no se
atrevería a cuestionar.
Inspirado en lo
cercano, inmediato y en lo histórico, como en fábulas y leyendas, sus
personajes merodean al lector y lo ponen
en jaque; no mate, más bien le dan una patadita que puede arrancar sonrisas o
frunces de entrecejo, pero nunca lo dejan indiferente.
A medida que se
lee se siente la sensación de que es un largo cuento –algo paradójico, puesto
que son relatos breves- no por los temas, sino por el estilo suelto y claro,
trabajado con una técnica desprovista de ripio.
Es interesante el
punto de vista animal-humano y viceversa, creando una metamorfosis metafísica y
una visión que amplía el espectro de la cotidianidad.
En suma, El
hilo del engaño se lee con complacencia dinámica, es decir, motiva un
placer literario que no abunda.
José Luis Thomas