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Una mirada

   Mi padre construyó un banquito de madera para que yo me trepara hasta alcanzar la mirilla. A través de ella se veía una módica porción del mundo: un palier en el que los vecinos cambiaban saludos o se pedían un poco de azúcar. Mínimos sucesos que yo conocía también del otro lado, digamos así, como testigo descubierto, cuando atravesaba el palier amarrado a la mano de mi madre. 
     Pronto comprendí (mi cuerpo comprendió, como comprende un niño) que aun tratándose de los mismos hechos, yo no era el mismo según estuviera de uno u otro lado. 
     Ya entonces, la calle no era un lugar donde los chicos pudieran estar solos, pero todavía no había televisores frente a los cuales sentarlos. El día tenía muchas horas. Por eso mi padre se improvisó carpintero. Tal vez solo por eso. Tal vez porque comprendía (con el cuerpo, como comprende un padre) que su hijo, además de un mundo, necesitaba una mirada.


(publicado en la revista Plesiosaurio N°9, v.2, mar.2017)