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Presentación de Vivero al fondo / Entre junio y agosto, en Alta Gracia, el 4 de junio de 2022

 










Texto escrito y leído por Claudia Tejeda

Ciertos tangos crecen algarrobos, árboles de atar los caballos invisibles que nos llevan con una palabra a la infancia. 
En Vivero al fondo, el poeta se instala frente al paisaje como observador desposeído o propietario ferviente.
Consciente de su perímetro arrancado -planos contra planes de la naturaleza- su escritura es un bosquecito que recupera la vida de los sitios. Conquistador conquistado, la ecología es parte de su lenguaje mesurado y de su devoción por ciertos atardeceres que componen una obra de arte y merecen un aplauso de pie.
Como dice el poeta: «sentarse a ver atardecer / cuando habría que ponerse de pie / y aplaudir // aplaudir / hasta que se apaguen las luces».
En las elipsis que proponen los poemas de Raúl hay conversaciones infinitas. Turista de los asombros, el lector atraviesa la promesa de una sombra con garantía de precipicio.
Cito de la página 27: «mientras te riego / no pienso que ayudo a la vitalidad de tu salud / pienso que apuro el paso de tu compañía».
He disfrutado de este vértigo solapado. Hay zarpazos que aguardan en la página y nos transforman. Y ya no se puede mirar un algarrobo con los ojos de antes.
El segundo libro es la primera voz donde los recuerdos regresan liberados de malos entendidos en un tiempo de desempate. Y la memoria física del padre vuelve a su bigote, a sus huesos, pero también a la universalidad donde es posible conciliar las ausencias.
«si canto un tango / es tu voz la que canta»
Raúl Tamargo conoce el oficio de pulsar el botón adecuado, para que la poesía nos devuelva el aliento o nos deje sin oxígeno.
Sabe bien cómo dosificar el estallido y besarnos la frente con un verso.
Poesía para agradecer.

Claudia Tejeda